Lectura crítica de «Un artista del hambre» de Franz Kafka desde las perspectivas de Walter Benjamín y Bertolt Brecht.
*NOTA: Todos los Análisis Literarios que reseñare en el blog no están exentos de spoilers de forma inevitable. Con el fin de entender en profundidad y reflexionar sobre la obra es necesario destripar acciones, personajes y tramas con el fin de llegar a tender la obra de una forma muchos más detenida.*
El relato corto de Un artista del
hambre fue escrito por Franz Kafka en 1928 y fue de los poco manuscritos
que el autor no mandó destruir tras su muerte. La creación de este texto se
encuentra envuelto por la terrible experiencia de la tuberculosis, enfermedad
que impedía al autor consumir alimentos. Experiencia por la cual acabaría
escribiendo, poco antes de su fallecimiento, dicho manuscrito. En palabras del
propio Kafka, en una carta a Milena Jesenká, definió a su personaje como: «Un
hombre condenado a mirar el mundo con una claridad tan cegadora que éste le
resulta insoportable y se encaminó hacia la muerte».[1] Un
punto de vista contrario, pero influyente al mismo tiempo, al de los
intelectuales: Walter Benjamín y Bertolt Brecht. De cuya lectura me he
inspirado para la lectura crítica de este relato.
Cómo Walter Benjamín y Bertolt Brecht, Kafka, reflexionó en una etapa más anterior, sobre el papel del artista y del arte en una sociedad guiada por la industria. En este caso, cultural, que se encuentra amparada bajo la protección y el amparo de la familia burguesa tradicional. La cual es, además, participe de las instituciones intelectuales y burocráticas del momento. Ambos intelectuales vieron en las nuevas corrientes, surrealistas y de vanguardia, una forma de hacer frente a esta muerte aburguesada de la literatura. Renovando a través de la creación de nuevas escrituras el impulso que han renovado y enriquecido la literatura actual. Siendo además un motivo de rebeldía y de protesta frente a estas posturas dominadas, en gran medida, por la oferta y la demanda, propia de un sistema capitalista.
Mientras que Kafka nos habla del
aislamiento, caracterizado desde la soledad y la deshumanización por medio de
los hombres fetichizados. Trasformados en objetos crueles, e hipócritas, pero,
sobre todo, sin criterio. En este relato existen dos mundos contrapuestos, el
del artista –el cuál aprende a sacrificarse mediante el ayuno, cómo su faceta
artística, reduciéndose a un simple sujeto sufriente por las circunstancias – y
el de los espectadores, la masa, que representa a la sociedad, al público, al
receptor de dicho arte que procesa. Dicho artista, desde un inicio, no es
comprendido ni apreciado, e incluso, se llega a dudar de él. Por lo que es el
propio artista el que tiene que demostrar –el personaje canta y habla casi
continuamente ante sus guardianes y ante el público– de lo que es capaz, de sus
proezas, de su arte.
El artista no tiene la culpa de
sufrir el hambre al que es sometido, pero, aun así, lo busca como una manera de
reconocimiento frente a la masa. Una masa eclipsada al principio por los dotes
del artista, pero, según pasa la moda –concepto profundamente burgués, por no
decir, propio de las sociedades capitalistas–, deja de ser un objeto de
interés. La masa le retira su valor, su afecto, su atención. Por lo que el
artista no le queda más que unirse a un circo, y unir su jaula –su propio
microcosmos– al de las fieras y animales salvajes, que se encuentras encerradas
allí también. El artista queda relegado fuera del propio sujeto humano,
reducido, casi a la mera existencia de una bestia.
Esto es debido a que el arte
profesado hacía la masa, no es más que un camino directo al olvido, a la
desesperación y a la incomprensión. Un público que no es capaz de apreciar el
arte –en este caso el ayuno–, ve más estimulante observar a las fieras que a un
ser humano como ellos. Animales sin el don de la palabra, animales sin razón,
sólo pura emoción y sentimientos, pero meramente primitivos. Sentimientos que
el ayunador ya no es capaz de trasmitir, por lo que no genera ninguna emoción a
sus espectadores. Convirtiendo su arte en algo inútil, sin valor.
Cuando el artista del hambre está pasado de moda, no es capaz de renovarse, puesto que ayunar –su único talento artístico y orgullo de artista– es lo único que sabe hacer. Porque nunca antes había hecho otra cosa. Jamás intentó profundizar en otros aspectos artísticos, aunque tampoco podía, puesto que el ayuno es el único camino, la única posibilidad que el artista encuentra aceptable como medio artístico ante las exigencias de la masa. Siendo esto el único que la muchedumbre le aplaude y admira. Un artista sin arte y sin reconocimiento verdadero.
Para este artista lo más importante
es su jaula, el lugar al que la muchedumbre se desplaza para verle ayunar, el
microcosmos que da sentido a la vida del artista. El acto de ayunar, un mero
espectáculo de feria –itinerante y desarraigado–, le impone al artista una
forma de vida, una forma de ser visto por la sociedad, de ser reconocido. El
artista del hambre se niega a comer porque así se lo exige el honor de su
profesión, y para acentuar esto tenemos a los vigilantes. Quienes serán,
también, meros espectadores del espectáculo. Siendo el propio artista el que
tiene que perseguir la atención de quien le guarda – pudiendo esto ser una metáfora
del panorama literario, o incluso, de la crítica–, para demostrar su valía como
ayunador. Demostrando que no hace trampas, y así, poder autocalificarse como el
mejor ayunador que nadie hubiera contemplado antes.
«Nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falla; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo estaba nunca.»[2]
Existe un paralelismo del ayuno con
los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. El ayuno está ligado a una
tradición histórica, pero ésta tiene un componente puramente clasista: mientras
los ricos, desde la Edad Media, podían comprar bulas, los pobres seguían, obedientemente,
la creencia religiosa según sus creencias. Hay que tener en cuenta que, aunque
la teoría cristiana afirma que será más fácil que un pobre llegue al cielo que
un rico, en la práctica eso no se ve así cuando los ricos podían abstenerse de
esta manera del ayuno con el dinero y, además, comprar su perdón a través de las
ofrendas económicas, ya fueran misas en memoria del muerto o bajo la premisa de
la ayuda al prójimo y a la comunidad.
«¿Por qué aquella gente que fingía
admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún podía seguir ayunando, ¿por
qué no querían permitírselo?».[3]
El padre de familia – en referencia a
la familia burguesa– enseña el antiguo arte, intentando hacer comprender a sus
hijos, símbolo de las generaciones futuras, un arte ya extinto. Dicho arte era
realizado por humanos para humanos, con capacidad de evolución, de trasmisión, pero
ahora solo comprenden los espectáculos realizados por fieras y animales
salvajes. El ayunador ayunaba porque no había encontrado ninguna comida que lo satisficiera,
sino, habría comido hasta hartarse como uno el resto, cómo uno más de la masa.
El artista como sujeto incomprendido, un ser incapaz de adaptarse al sistema
que se le ofrece, por tanto, su única alternativa es la muerte, y con él, también
muere su arte.
Este es un punto clave en el relato,
puesto que deja entrever una posibilidad pasada, un momento de inflexión que
podría haber cambiado su destino. Pero es una posibilidad fallida, debido a su
inexistencia. Para luego dar paso a su reemplazo, la bestia en forma de pantera,
el papel protagonista que representará a la nueva moda. Al nuevo objeto de
interés, siendo, esta vez, ya muerto el artista, un ser privado de cualidades
artística y, por ende, de crítica y razón. Dejando tras de sí un duro mensaje: los
huesos del artista descansan sobre las zarpas del producto capitalista.
En conclusión, con respecto a las
posturas de Walter Benjamín y Bertolt Brecht, esta lectura crítica es una
vuelta de tuerca sobre las escrituras y nuevas formas poéticas, las cuales
deben servir como un revulsivo para luchar. Una forma de evitar el
estancamiento. Una forma de evitar que la clase burguesa, alienante y capitalista
–propia de la industria editorial y cultural– acabe ahogando y matando (de
hambre) a la literatura, y, por ende, a los artistas de los que se alimentan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario