miércoles, 9 de junio de 2021

ENSAYO: CRÍTICA A LA MODERNIDAD CAPITALISTA. LA LITERATURA FRENTE AL PROGRESO.

Lectura crítica de «Un artista del hambre» de Franz Kafka desde las perspectivas de Walter Benjamín y Bertolt Brecht.



*NOTA: Todos los Análisis Literarios que reseñare en el blog no están exentos de  spoilers de forma inevitable. Con el fin de entender en profundidad y reflexionar sobre la obra es necesario destripar acciones, personajes y tramas con el fin de llegar a tender la obra de una forma muchos más detenida.* 


El relato corto de Un artista del hambre fue escrito por Franz Kafka en 1928 y fue de los poco manuscritos que el autor no mandó destruir tras su muerte. La creación de este texto se encuentra envuelto por la terrible experiencia de la tuberculosis, enfermedad que impedía al autor consumir alimentos. Experiencia por la cual acabaría escribiendo, poco antes de su fallecimiento, dicho manuscrito. En palabras del propio Kafka, en una carta a Milena Jesenká, definió a su personaje como: «Un hombre condenado a mirar el mundo con una claridad tan cegadora que éste le resulta insoportable y se encaminó hacia la muerte».[1] Un punto de vista contrario, pero influyente al mismo tiempo, al de los intelectuales: Walter Benjamín y Bertolt Brecht. De cuya lectura me he inspirado para la lectura crítica de este relato.

Cómo Walter Benjamín y Bertolt Brecht, Kafka, reflexionó en una etapa más anterior, sobre el papel del artista y del arte en una sociedad guiada por la industria. En este caso, cultural, que se encuentra amparada bajo la protección y el amparo de la familia burguesa tradicional. La cual es, además, participe de las instituciones intelectuales y burocráticas del momento. Ambos intelectuales vieron en las nuevas corrientes, surrealistas y de vanguardia, una forma de hacer frente a esta muerte aburguesada de la literatura. Renovando a través de la creación de nuevas escrituras el impulso que han renovado y enriquecido la literatura actual. Siendo además un motivo de rebeldía y de protesta frente a estas posturas dominadas, en gran medida, por la oferta y la demanda, propia de un sistema capitalista. 

Mientras que Kafka nos habla del aislamiento, caracterizado desde la soledad y la deshumanización por medio de los hombres fetichizados. Trasformados en objetos crueles, e hipócritas, pero, sobre todo, sin criterio. En este relato existen dos mundos contrapuestos, el del artista –el cuál aprende a sacrificarse mediante el ayuno, cómo su faceta artística, reduciéndose a un simple sujeto sufriente por las circunstancias – y el de los espectadores, la masa, que representa a la sociedad, al público, al receptor de dicho arte que procesa. Dicho artista, desde un inicio, no es comprendido ni apreciado, e incluso, se llega a dudar de él. Por lo que es el propio artista el que tiene que demostrar –el personaje canta y habla casi continuamente ante sus guardianes y ante el público– de lo que es capaz, de sus proezas, de su arte.


El artista no tiene la culpa de sufrir el hambre al que es sometido, pero, aun así, lo busca como una manera de reconocimiento frente a la masa. Una masa eclipsada al principio por los dotes del artista, pero, según pasa la moda –concepto profundamente burgués, por no decir, propio de las sociedades capitalistas–, deja de ser un objeto de interés. La masa le retira su valor, su afecto, su atención. Por lo que el artista no le queda más que unirse a un circo, y unir su jaula –su propio microcosmos– al de las fieras y animales salvajes, que se encuentras encerradas allí también. El artista queda relegado fuera del propio sujeto humano, reducido, casi a la mera existencia de una bestia.

Esto es debido a que el arte profesado hacía la masa, no es más que un camino directo al olvido, a la desesperación y a la incomprensión. Un público que no es capaz de apreciar el arte –en este caso el ayuno–, ve más estimulante observar a las fieras que a un ser humano como ellos. Animales sin el don de la palabra, animales sin razón, sólo pura emoción y sentimientos, pero meramente primitivos. Sentimientos que el ayunador ya no es capaz de trasmitir, por lo que no genera ninguna emoción a sus espectadores. Convirtiendo su arte en algo inútil, sin valor.

Cuando el artista del hambre está pasado de moda, no es capaz de renovarse, puesto que ayunar –su único talento artístico y orgullo de artista– es lo único que sabe hacer. Porque nunca antes había hecho otra cosa. Jamás intentó profundizar en otros aspectos artísticos, aunque tampoco podía, puesto que el ayuno es el único camino, la única posibilidad que el artista encuentra aceptable como medio artístico ante las exigencias de la masa. Siendo esto el único que la muchedumbre le aplaude y admira. Un artista sin arte y sin reconocimiento verdadero.


Para este artista lo más importante es su jaula, el lugar al que la muchedumbre se desplaza para verle ayunar, el microcosmos que da sentido a la vida del artista. El acto de ayunar, un mero espectáculo de feria –itinerante y desarraigado–, le impone al artista una forma de vida, una forma de ser visto por la sociedad, de ser reconocido. El artista del hambre se niega a comer porque así se lo exige el honor de su profesión, y para acentuar esto tenemos a los vigilantes. Quienes serán, también, meros espectadores del espectáculo. Siendo el propio artista el que tiene que perseguir la atención de quien le guarda – pudiendo esto ser una metáfora del panorama literario, o incluso, de la crítica–, para demostrar su valía como ayunador. Demostrando que no hace trampas, y así, poder autocalificarse como el mejor ayunador que nadie hubiera contemplado antes.

«Nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falla; sólo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo estaba nunca.»[2] 

Existe un paralelismo del ayuno con los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. El ayuno está ligado a una tradición histórica, pero ésta tiene un componente puramente clasista: mientras los ricos, desde la Edad Media, podían comprar bulas, los pobres seguían, obedientemente, la creencia religiosa según sus creencias. Hay que tener en cuenta que, aunque la teoría cristiana afirma que será más fácil que un pobre llegue al cielo que un rico, en la práctica eso no se ve así cuando los ricos podían abstenerse de esta manera del ayuno con el dinero y, además, comprar su perdón a través de las ofrendas económicas, ya fueran misas en memoria del muerto o bajo la premisa de la ayuda al prójimo y a la comunidad.

«¿Por qué aquella gente que fingía admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún podía seguir ayunando, ¿por qué no querían permitírselo?».[3]



El padre de familia – en referencia a la familia burguesa– enseña el antiguo arte, intentando hacer comprender a sus hijos, símbolo de las generaciones futuras, un arte ya extinto. Dicho arte era realizado por humanos para humanos, con capacidad de evolución, de trasmisión, pero ahora solo comprenden los espectáculos realizados por fieras y animales salvajes. El ayunador ayunaba porque no había encontrado ninguna comida que lo satisficiera, sino, habría comido hasta hartarse como uno el resto, cómo uno más de la masa. El artista como sujeto incomprendido, un ser incapaz de adaptarse al sistema que se le ofrece, por tanto, su única alternativa es la muerte, y con él, también muere su arte.

Este es un punto clave en el relato, puesto que deja entrever una posibilidad pasada, un momento de inflexión que podría haber cambiado su destino. Pero es una posibilidad fallida, debido a su inexistencia. Para luego dar paso a su reemplazo, la bestia en forma de pantera, el papel protagonista que representará a la nueva moda. Al nuevo objeto de interés, siendo, esta vez, ya muerto el artista, un ser privado de cualidades artística y, por ende, de crítica y razón. Dejando tras de sí un duro mensaje: los huesos del artista descansan sobre las zarpas del producto capitalista.

En conclusión, con respecto a las posturas de Walter Benjamín y Bertolt Brecht, esta lectura crítica es una vuelta de tuerca sobre las escrituras y nuevas formas poéticas, las cuales deben servir como un revulsivo para luchar. Una forma de evitar el estancamiento. Una forma de evitar que la clase burguesa, alienante y capitalista –propia de la industria editorial y cultural– acabe ahogando y matando (de hambre) a la literatura, y, por ende, a los artistas de los que se alimentan.



[1] F. Kafka, (2016). Un artista del hambre. España: Casimiro

[2] Ídem. Pág. 7

[3] Ídem. Pág. 9


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